De unos años a esta parte, la fiesta de la Virgen de los Dolores, o dolorosa como también le llama cariñosamente el pueblo fue cambiada de Marzo a Septiembre, los pueblos que siempre han definido más sus costumbres que sus leyes, sufrieron una fuere sacudida al ver que la lglesia cambiaba sus costumbres centenarias de la Noche a la mañana. Pues durante mil años, el viernes anterior al Viernes Santo -culminación de la Cuaresma- era la fiesta de la Madre Dolorosa, y como era móvil tal festividad, unos años eran en abril, pero siempre al inicio de la primavera, temporada en que abundan las flores en todos los huertos, y en el campo «Gilotes» vestidos de color violeta, llenan el ambiente de silvestres aromas, en las tierras húmedas el hinojo y el mastraso ofrecen su verdor con humildad, bucólica a las morenas manos que cortan ramitas escogidas sabiamente para ponerlas a los pies de la Virgen de los Dolores.
No solamente en los templos eran venerada la Virgen que tratamos igual que la Guadalupana, estaba entronizada lo mismo en las lujosas salas con muebles de bejuco que en los rincones de apartados jacalitos.
Por tal motivo, los viernes de Dolores, toda la ciudad se iluminaba con la luz que a raudales salía de puertas y ventanas, como invitando a los viandantes que pasaran a reza un Ave María a la afligida Virgen de los Dolores, a cambio de ello, el visitante era obsequiado con un jarro de agua fresca que en grande y olorosas, «tinaja», había en medio de las salas.
En nuestra ciudad, se levantó el pasado siglo ( 1879) en el lugar más bello del barrio de Santa Elena; bajo un palio de aromáticos pirules de una alta plataforma rodeada de muros de piedra una ermita de regulares dimensiones, dedicada a la Virgen de los Dolores. Templo muy querido de todos los laguenses, que sentían tener una obligación moral de visitarla anualmente cuando menos en fiesta titular.
Cuando Lagos fue una provincia quieta, se observaron muchas costumbres que actualmente son desconocidas. Una de ellas era la visita obligada a tan o cual templo, o ermita. Por ejemplo: La fiesta que nos ocupa tuvo un lugar muy especial en la Agenda de nuestros antepasados, y los que cuando jóvenes fuimos a la verbena popular que por la tarde y noche había en la ermita del Pirulito, aún con nostalgia la recordamos, siempre la noche del viernes antes del Santo, es de plenulio por tal motivo, aun que no había en esos tiempos alumbrado público en esos sitios, la Luna se encargaba de dar su luz a los paseantes.
En el interior de la lglesia estaba saturada de aromas de los bucólicos jilotes de mastraso y de las húmedas macetitas que llevaban un trigal a cuestas, en las gradas del altar de la Dolorosa Madre y pese a que ese día ya era de luto litúrgico en el atrio había una orquesta que tocaba alegres valses y mazorcas a un lado de los músicos había grandes tinajas llena de agua fresca de chía, limón y cebada, para regalo de los visitantes.
La repartía equitativamente: Pancho el Sacristán perpetuo del Pirulito, al que por sus sonrisa eterna le decían el «JA JA JA», y también el «Marieta», no se piense mal de él ese apodo le dieron porque siempre cantaba la canción revolucionaria: «Marieta, no seas coqueta», etc, etc.
Resultado del concilio vaticano II fue el cambio de muchas festividades religiosas, entre otras la que nos ocupa que ahora es celebrada el 15 de Septiembre, por tal motivo en estos días están en el novenario pero el pueblo sigue fiel a sus tradiciones, y el viernes anterior al Santo siguen deshojando plantas olorosas y silvestres a los pies de la Madre Dolorosa y regalando vasos de agua fresca a quien los pide diciendo como hace un siglo: «Llora la Virgen» esta festividad fue tan popular a fines del siglo XIX y principios del actual que muchas personas de edad avanzada, alquilaban jumentos y caballeros en ellos visitaban los altares lo mismo los del barrio del Refugio que los de la Colina del Calvario, la Merced, la zona céntrica, el barrio arriba, y los de la calle del Padre Torres. Platicaban los que tales cosas vieron que era una variedad cuando los jumentos encontraban alguna burrita de no malos bigotes y la galanteaban con rebuznos y tropeles, los gritos que daban las damas que los montaban, de las que no pocas se caían …