La conquista espiritual de nuestros pueblos, emprendida por los Padres Franciscanos, empezó cargando al pecho una imagen de María, como medalla santa y protectora, o talismán sagrado, como “la madrecita” Abogada y Protectora, hecha a la medida de los indios. En estas tierras la conquista espiritual la emprendieron los padres franciscanos, y precisamente aquí, en la “República de Indios de San Juan,” con amor de Padre la entregó Fray Miguel de Bolonia, y la colocó en la capilla-hospital como la Inmaculada Señora de San Juan, la Madre celestial, mejor llamada “Cihuapilli.” Esto sucedió pasada la guerra de guerrillas que culminó en el cerro del Miztón, el 8 de diciembre de 1541.
Estas sacras imagencitas de María, dadas a nuestros pueblos, fueron el mejor signo eficaz de la salvación, en último término, dado por nuestro Salvador, quien constituyó a María, la Madre de Dios como nuestra gran Intercesora.
80 años convivió sólo para los indios a quienes dispensaba, en silencio, favores y milagros, hasta el año de 1623 que abrió su corazón de Madre Intercesora en favor de los españoles, mediante el portentoso primer milagro a una niña que resultó muerta al practicar una acrobacia de circo, en su caminar hacia Guadalajara. Después de velarla y amortajarla, cuando buscaban darle cristiana sepultura, se encontró con la Virgencita ofrecida por la piadosa ancianita Ana Lucía y Pedro Andrés, nobles indios, guardianes del Hospital. Después de orar con fe, se dio el doble milagro porque la niña volvió a la vida y sus heridas no le dolían porque estaban sanadas.
Este milagro unió territorialmente a los indios y españoles que vivían separados. Se dio el mestizaje del alma, el mestizaje cristiano. De inmediato este milagro trastornó todo. Se desató un río cada vez más caudaloso de piadosos peregrinos en busca de favores. Fue conocida por todos, y más amada y reconocida por los que venían de lejos. Y San Juan de los Lagos y la misma Diócesis de San Juan, nos hemos vuelto anfitriones de peregrinos y devotos de la Virgen de San Juan. Y no podremos bien recibirlos si no amamos primero a la Virgen en esta Imagen milagrosa, porque es la que Dios ha escogido para otorgar muchos favores. Muy seguros estamos de, quienes la invocan con fe, son eficazmente escuchados.
María de San Juan nos enseña a ser pequeñitos como ella; a servir con amor, primero, a los más necesitados de misericordia. Es un claro ejemplo, siempre vivo, de compasión y misericordia. A los sacerdotes nos convoca a ser Abogados de los más alejados y marginados; a darles el pan de la Palabra de Dios a quienes están más hambrientos y desconsolados. También, muy de ella, es abrirse a todos, sin distinciones raciales ni sociales. Nos reta a realizar milagritos de bondad y de buen trato a nuestros semejantes. Nos invita a curar a los enfermos, a darles buena esperanza a los ancianos, a dar vida a los niños que no pueden nacer. En fin, a vivir el amor de múltiples maneras.