(NP).- Diversas historias se cuentan de la Guerra Cristera realizada de 1926 a 1929, en la cual muchas fueron las mujeres que participaron entre ellas la Generala Sara Flores Arias, la Teniente María de los Ángeles Gutiérrez, y la Capitana Faustina Almeida.
Estas tres mujeres entre muchas otras eran integrantes de la brigada Juana de Arco quienes llegaron a Colima para organizar el batallón femenino y así, respaldar a los guerrilleros cristeros quienes lucharon para preservar en México la fe en Cristo Rey.
Esta brigada femenina fue concebida por el abogado Luis Flores González y su esposa María Goyas, siendo su objetivo auxiliar a los campesinos cristeros que combatían al ejército federal, colaborando como enfermeras, espías, recolectoras de dinero, de provisiones y pertrechos militares, así como sirviendo de correo a los cristeros.
Poco se conoce sobre las brigadas femeninas cristeras; concluida la guerra cristera en 1929, el Arzobispo de Guadalajara ordenó destruir toda la documentación para proteger a las sobrevivientes, quienes al ingresar a las brigadas, juraban ante la imagen de la Virgen de Guadalupe y la bandera nacional dar la vida por la fe y no revelar detalle alguno sobre la existencia, actividades y signos propios de las brigadas femeninas.
Las brigadistas se dedicaron a fabricar ropa, transportar municiones, armas y pertrechos que entregaban a los guerrilleros cristeros, cada brigada femenina estaba compuesta por 750 mujeres de 15 a 25 años de edad.
Todos los pelotones femeninos contaban con tres comisiones: llevar armas, municiones, estar pendiente sobre las actividades del ejército callista, e informar inmediatamente de los propósitos del ejército federal.
La división occidente tenía su cuartel en Guadalajara y contaba con 16 brigadas. La División Centro, con sede en la capital de la república agrupaba a ocho brigadas. Unas 30 brigadas colaboraban en otros estados entre ellos: Colima, Durango, Nayarit, San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato, Michoacán, Oaxaca y Veracruz.
La generala María Goyas se mudó con su estado mayor a la Ciudad de México, ahí se surtían de armas, material explosivo y municiones, las brigadistas llegadas de la provincia se surtían y con responsabilidad las entregaban a los combatientes cristeros.
Las transportistas llevaban las municiones en chalecos colocados bajo la blusa, estos chalecos eran camisolas fruncidas en multitud de pliegues, formando huecos en los que se metían las municiones, cada joven llevaba 700 balas, en muchas ocasiones recibieron ayuda de empleados ferrocarrileros, escondiendo armamento en los vagones que trasladaban carbón, cemento y maíz.
Las más guapas organizaban bailes en los pueblos para desvanecer sospechas y obtener informes de los oficiales callistas, la vieja nodriza de Álvaro Obregón, Guadalupe «La Yaca», adquirió celebridad porque mató de una cuchillada al sacerdote cismático Felipe Pérez, espía del gobierno callista.
En el libro Los silencios de la historia de los cristeros, las brigadistas utilizaban otra identidad y frecuentemente cambiaban de nombre y de domicilio.
De los Arzobispos que estuvieron al pie del cañón fue el de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, quien deseaba deslindar al clero de las organizaciones secretas, en especial las femeninas a fin de protegerlas.
En junio de 1929 fue detenida la generala María de la Luz Larraza de Uribe, quien a pesar de las torturas no reveló nombres, así mismo la brigadista María Guadalupe Martínez quien recibió una lluvia de palos, puñetazos y escupitajos de los carceleros, uno de ellos clavó sus dientes en su cuello, al sentir ella la mordida, sacó de sus trenzas una horquilla y la hundió en el ojo del agresor, otro de los torturadores la azotó contra el suelo. Antes de expirar María de la Luz exclamó: « ¡Virgen de Guadalupe, sálvame!»
La iglesia católica anunció el fin de la guerra cristera a mediados de 1929, por lo que el arzobispo Pascual Díaz Barreto ordenó reanudar los cultos en todas las iglesias del país, además envió al presbítero Miguel Darío Miranda y Gómez que en cuatro décadas sería ungido Cardenal, a recobrar el archivo de los jesuitas que poseían los nombres de las brigadistas, así como del archivo que guardaba Doña María Goyas quien estuvo de acuerdo en incinerar toda esa documentación.
La historia de México, es émula del tiempo, depósito de acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente y advertencia de lo porvenir.