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Y DE PRONTO EL PLÁSTICO NOS ALCANZÓ…

Las generaciones modernas se siguen preguntando como es posible poder ir de compras o llevar tal o cual producto sin tener la necesidad de recurrir al plástico, algo muy normal todavía hace cincuenta años parecen muchos pero en realidad son pocos.
La forma de vida de muchos de los laguenses de la tercera edad se remitía a tener vasijas o artículos con los cuales se le daba solución a todo, comenzando desde el barro.
La vieja vasija de barro era un auxiliar en la cocina, ahí se cocinaba, se guardaba no solo la comida o el café de olla, sino igual el sabor de cada especia agregada a los alimentos, lo mismo era de tamaño pequeño, en forma de jarro, que el clásico cántaro en donde luego de años de uso su final era más que predecible en una hermosa piñata de siete picos representando los pecados capitales, por muchos años la llegada a casa en época de calor era reconfortada con un fresco jarro de agua ahí almacenada sin más ni mas que una esquina llenado con la llave del agua normal, esa utilizada lo mismo para trapear que para el baño, también para tomar.
La cazuela de barro se hizo famosa por ser amplia, grande, de conservación de calor por buen tiempo robosante de los alimentos ya fueran clásicos o simples, más cuando era fiesta su contenido o bien era de birria o bien era de mole, dos infaltables a las festividades de los muchos miembros familiares, esa vieja cazuela deba observar a todos las horas de trabajo en la cocina y compensaba con mucho los paladares más exigentes.
La tela para tortillas en su forma simple era cuadriculada, luego la infaltable manta también cumplía con ese papel de suplir la bolsa hoy tan necesaria para muchos de plástico, llevar la servilleta a las tortillas era cosa común era cosa normal hasta se tildaba de floja a la mujer cuya petición del papel de estrasa se solicitaba en la tortillería, por lo cual cada ama de casa en su hogar presumía sus por lo menos 15 servilletas algunas de regular tamaño para cuando la ocasión requería comprar más del producto muy mexicano.
La vieja bolsa de plástico tejido con artesanal maestría por manos de gente dedicada a ello, estaba colgada no en la cocina sino antes de salir del hogar, ahí junto a las llaves como señal de recordatorio de llevar a donde fuera según la necesidad una de ellas para ahí colocar los productos que se compraban semana a semana.
Las cosas se complementaban por que para los tenderos era un arte el armar los cucuruchos, de papel principalmente de periódico, en donde lo mismo se traía a casa el piloncillo que el jitomate, lo mismo eran frijoles que azúcar, era igual traer chile verde que sal, el uso era general terminando siempre su labor en el fogón ese viejo armazón de adobe en donde una esquina de las tradicionales cocinas tenía reservado un sitio para poco a poco con leña para cocinar los frijolitos, y el cafecito de olla.
La tradición muy cambianda, primero en las bolsas, luego en los trastes, pasando por los del famoso peltre hasta llegar al plástico, generalizado para contener todos los alimentos, dejando de lado a su rival tradicional como lo era el vidrio, según se explicó por el peligro que representaba el llevarlo y traerlo para los niños, en fin la condición de comodidad tuvo nombres y pretextos, hasta llegar a la inundación en todos los aspectos de la vida cotidiana que hoy cobran y muy caro el precio de contar con el plástico como aliado, también como sustituto de la tierra que nos caerá encima como señal de la muerte anunciada si antes no lo eliminados nosotros.

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