El extenso y hermoso atrio del templo parroquial, hubo un tiempo que estuvo arbolado en ambos lados tenía hileras de naranjos agrios los que en época de floración llenaban de aromas no solo la explanada sino también e interior de la nave del templo, se respiraba el exquisito perfume de los azares. En una fotografía del mencionado atrio, que data de 1901, se ven las hileras de los cítricos citados.
Junto a la puerta de la sala de San Francisco lado este, hubo un pozo del que sacaban el agua por medio del tradicional carrillo, para todos los quehaceres del templo.
Una vez que la red de tubos abasteció de agua potable la zona céntrica de Lagos, cubrieron la boca del pozo con tablones de mezquite, y encima de estos pusieron losas traídas de Comanja, como las del resto del atrio dicho pozo hubiera sido olvidado como lo fueron los millares de pozos que en su tiempo dieron sus limpias aguas a todas las casad de la vieja Villa de Lagos, de no haber sido el de la sacristía testigo mudo de un hecho de sangre que después de un siglo de haber sido cometido, lo platicaban horrorizados los memoristas laguenses. Esa historia trágica la oímos de boca de muchos ancianos de hace medio siglo, pero fue la versión de Polo Espinoza, la que más recordamos y fue de la siguiente manera: Los personajes centrales del drama, fueron Margarita y Alonso, ella fue doncella recatada, que jamás dio pie para que Alonso se enamorara locamente de su persona pero el diablo que todo lo descompone, hizo que el joven Alonso sintiera una enfermiza pasión, por aquella recatada criatura que aspiraba por entrar como novicia al convento de las pobres Capuchinas. El Licenciado Alfonso de Alba Martín habla de este acontecimiento en su libro que será inmortal, «Al toque de queda» y llama al enamorado mancebo «Ramiro», pero la trama es la misma, aunque bellamente narrada, el Galán por medio de las sirvientas de Margarita, el envió varios billetes, así decían entonces a las cartas de amor. Los que Margarita sin abrirlos los devolvía por el mismo conducto al enamorado doncel.
Esto más enardecía a Alonso, que día y noche asediaba y era frecuente encontrarlo en altas horas de la noche frente a la casa de la niña de sus sueños.
Un día sobornó a una de las mucamas de Margarita, para que de palabra dijera a ésta, que si no le correspondía la mataban y enseguida se quitaba la vida él. La recatada Margarita, reprendió a su sirvienta por escuchar las palabras del joven sin dar las más mínima respuesta a su amenaza.
Pasaron los meses y una tibia mañana del mes de mayo, iba Margarita a la misa de 8 los azares llenaban de aromas el ambiente, las palomas en sus vuelos matinales llenaban de albores la paz recoleta del recién enlosado atrio. Recargado en el brocal de pozo, estaba Alonso esperaban ver el ángel de sus anhelos, Margarita caminaba con el recato propio de las mujeres de ese tiempo, si acaso vio al subir por las gradas de la puerta del curato al impertinente mancebo, no dio muestra de haberlo visto, siguió caminando rumbo a la puerta de la sala de San Francisco que está anexa al templo, no alcanzó a llegar a ella, como un bólido el enfermo jovenzuelo de un salto felino se plantó frente a ella, y sacando un filoso puñal hirió de muerte a la doncella, quien cayó al suelo tinta en sangre sin proferir ni un reproche a su agresor, unos instantes la contempló Alonso, que no lo podía creer y solo murmuró «mía o de nadie» y se dejó caer sobre el arma homicida, Margarita no murió allí murió en pocos minutos, la niña buena que fue víctima del mal amor, que como ya se dijo no provocó ella.
Todavía se nota el lugar donde estuvo el pozo, pues las losas que cubren la boca de este son de más tamaña que sus vecinas.