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CRÓNICAS DE AYER Y HOY: LAS HERMANAS VIEYRA

Vivieron el siglo pasado en la bonita casa de alto que está frente a la puerta del costado del Santuario de la Virgen de Guadalupe de nuestra ciudad, fueron 3 según nos lo contaba el señor Miguel Gómez González quien las conoció y trató aunque él en esos tiempos era un adolescente.
Recibieron una esmerada educación que no supieron aprovechar, pues gustaban de hablar con tonos afectados que a mucha gente confundía. En los tiempos que nos ocupan  fue costumbre que en el templo mencionado cuando un socio de la venerable orden de San Francisco de Asís yacía agonizante, la campanita de la sacristía tocaba al agonizante con el fin de que quienes la escuchaban rogaran a Dios por el moribundo, un día que el campanero cumplía con su piadoso oficio, salió al balcón Toñita la menor del trío y se dirigió al campanero de la siguiente manera: «campanerillo fúnebre decid ¿a quién la negra parca intenta cortar el hilo de la existencia?» el campanero se quedó de una pieza como si le hubieran hablado en Hebreo y en su ignorancia creyó que lo habían insultado, la afectada dama, por lo que le contestó: «La suya curra malcriada».
El culpable de la soltería de las Hermanitas Vieyra (porque eran célibes) fue un tinterillo secretario perpetuo del Juzgado de letras de nuestra ciudad, se llamó Cándido López, quien fue uno de los pocos varones a los que se abrían las puertas de aquella recatada casa.
Cante, así lo llamaban las señoritas Vieyra, todas las tardes las visitaba y era recibido con afecto por las tres musas, que lo recibían con culteranas frases que ya las hubiera deseado Góngora y Argote para un día de fiesta, luego Cayetana que era la mayor del culto clan, servía en tacitas de porcelana de Sevrés la primera infusión de té de tila o de borraja menos del te de china porque era de un país infiel y entre sorbo y sorbo con mucha parsimonia Cante con elocuente tono explicaba a las tres pimpollos la excelencia terapéutica de tizana que aquella tarde estaban tomando y a continuación Armanda la más joven de las tres declamaba tiernos madrigales de amor, sin dejar de enviar tiernas miradas a Cándido, que extasiado, la escuchaba, enseguida Toñita tocaba al piano Barcarolas y uno que otro Minué ya que en opinión de Cayetana eran pecaminosos los valses porque las parejas se abrazaban.
Rompía el encanto y el romántico embeleso la broncínea de la campana mayor del templo parroquial, que tocaba el Angelus y era contestada por todas las campanas del templo de la entonces monástica ciudad.
Los contertulios rezaban con infantil candidez las oraciones que eran de ordenanza y una vez terminadas besaban con respeto la mano de Cayetana por ser la mayoral de la familia.
Después de esta ceremonia Cándido tomaba su sombrero y haciendo caravanas con más donaire que un consumado petimetre besaba las regordetas manos de las tres cuarentonas Vieyra que se quedaban con el alma en un hilo pensando cada una en ser la dulcinea del sesentón tinterillo.
Así pasaron muchos años repitiéndose las visitas y los sencillos saraos hasta que llegó a la población un regimiento de caballería y quiso la suerte que un capitán de edad madura viera un día al trio Vieyra cuando estas salían de misa, y quedó prendado de la serena belleza de Toña, quien también miró con discreta admiración al militar, y como luego dicen «para un buen entendedor pocas palabras» un día después del feliz encuentro el jefe del maduro y enamorada capitán en formal visita pidió la mano de Antonia, a Cayetana que era como madre de ella. Después de correrse todos los trámites que en tales tiempos eran usuales con mucha modestia acompañada de recatados sonrojos Toña dio el sí a su enamorado, el anhelado si.
Como es de suponer Cándido que era el más leal y estimado amigo de la familia desde el principio estuvo enterado de dicho asunto y hasta era consultado por Cayetana como proceder en tan delicado asunto y él les daba sanos y acertados consejos, como muy sino fuera afectado en nada aunque su corazón sangraba pues era Toña a quien prefería.
Se fijó el día de la boda, con gran regocijo Toña vestía su traje blanco, que esperaba que llegara Cándido a quien en lugar de su padre la entregaría en la iglesia. Al ser notable su tardanza mandaron buscarlo al domicilio  donde su criado lo encontró ahorcado, en esas lamentaciones estaban, cuando un militar las informó que el capitán salió a campaña por orden superior y ante tanta desgracia Toña perdió el juicio…
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