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CUANDO JUNIO DABA EL ADIÓS AL CICLO ESCOLAR Y LAS VACACIONES ERAN VAGANCIA

Tiempo hubo según dice la leyenda en donde todos sin excepción todos los escuincles en esa maravillosa edad de la primera esperaban ansiosos el día 30 de junio, último oficial para estar en la escuela y no precisamente dentro de las aulas sino más bien en el patio cívico, esperando la salida de los de sexto, no sin antes pasar por una serie de vicisitudes en donde tenían dichos niños protagonismo principal.
Eran los tiempos en donde las cosas marcaban el final del ciclo escolar, y los nervios habían hecho presa de casi todos los niños pues había entre ellos dos ya perfectamente identificados por la palomilla, unos los estudiosos cuyos diez en forma perfecta demostraban ser futuros genios y los otros normalmente castigados incluso con las muy normales orejas de burro, colocadas en la cabeza muy seguido durante el ciclo escolar, esos dos tipos de niños de sobra conocían su suerte, es decir unos ya como galardonados en medio patio como genios, y los otros tristemente reprobados pero listos para repetir año como marcaba rigurosamente el programa.
Los otros, es decir el montón de chamacos cuya preocupación era más por empezar el salir libres por fin hacia todos los rincones laguenses, esperaban ansiosos la boleta de calificación, esos libritos azules en donde se marcaba su aprobado o reprobado, luego de los consabidos números por materia.
Previo a la entrega de calificaciones el martirio de pasar por un baile en donde los pies normalmente dos izquierdos para muchos, se negaban a obedecer lo marcado por la instructora, y entonces la fiereza de una niña normalmente con trensitas tipo india María llegaba al apoyo o auxilio de la maestra o maestro y con jalones no muy ortodoxos se encargaba de poder hacer llevar el ritmo a ese niño cuya opinión jamás fue pedida para bailar, el cerro de la silla, o bien ese inconfundible jarabe tapatio y ni que decir de la famosa Raspa, todo era lógico habían de participar los niños si o si.
Y entonces todo tenía un sentido, todo se mostraba cual era, los más inteligentes con su diploma, y medalla, los más burros esperando la instrucción sobre con quien debería de repetir el año luego de no haber aprovechado el ya culminado, dicen la leyenda nadie reprobaba dos años seguidos, los cinturones eran de buen cuero, y no era castigo era una atenta invitación a reflexionar sobre su mal accionar y pérdida de tiempo de todo un largo año, en donde no lo había aprovechado, y el remedio funcionaba, era un excelente psicólogo y nadie salía traumado, muy por el contrario esos alumnos reprobados posteriormente se convertían en buenos, de un ciclo a otro y avanzaban.
Las vacaciones entonces comenzaban desde el primer minuto, y los juegos de moda era cuestión de traerlos a la palestra, el jefe de la palomilla determinaba de que era tiempo si de trompos, si de canicas si del chan gai, si de hacer las famosas presitas previo a los tormentones que solían caer muy seguido.
La forma de distribuir el tiempo se medía simplemente por el hambre, entonces como ahora, el niño si quería llegaba a comer y comía lo existente en esas grandes cazuelas de barro, y si no simplemente continuaba en el juego, los peligros más graves eran trepar a un árbol y no saber afianzarse y caer, o bien para los menos expertos en nadar acudir al pradito, al baño de los caballos o al río en donde igual se podía nadar para refrescarse en el verano intenso.
Los rincones de Lagos fueron explorados uno a uno por todos esos niños abuelos ya hoy en día en sus muy largas travesías con un periodo bien definido, Julio y Agosto, era el marcado rigurosamente por la escuela, luego de eso todo volvía a la muy larga rutina de estar en un salón de clase ya para el dos de septiembre luego de el primero utilizado para forrar libros, poner nombres y escuchar en todos los radios de la cuadra el informe presidencial inexplicable para los infantes, aburrido para los adultos y regalado para los maestros por el asueto de fiesta nacional, eran Julio y Agosto, los preferidos de esos niños del año, porque los 60 días de felicidad libre, libre y sin escuela, eran comparables solo con la belleza de la Navidad…

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