La sabia naturaleza dejó a los profesores la decisión de poder rendir tributo a la MADRE, el ser mas querido por los humanos, aunque con sus honrosas excepciones, dado la propia forma de ser de cada persona, pero dentro de esa forma única de querer estaba sin duda el poder llegar a Mayo, con el tremendo calor seis grados menos en el siglo pasado y ya decían era una barbaridad.
Los niños laguenses de ese tiempo en la década de los 60 y los 70 tenían perfectamente bien identificado, el poder entregar en su actuación el regalo a la progenitora, aunado a las habilidades manuales cuya formación se decía era parte de lo mucho por aprender en las aulas aparte de lo académico.
Y entonces las viejas bocinas de esas aún utilizadas por los compradores de fierros viejos, se dejaban escuchar durante horas por las mañanas luego por horas en las tardes, el viejo sistema de sonido empleado por los otrora profesores de primera tenía su horario de trabajo extra, porque las polkas siendo algo no tan complicado para los niños no dejaban de sonar en los viejos discos de acetato, cuyo maltrato natural de las agujas del tocadiscos, al repasar una y otra vez, obligan en ocasiones a ir por uno nuevo en las entonces muy comunes discotecas, no siendo otra cosa dicho negocio, que un local en donde se vendían discos LP, de 33 revoluciones por minutos y otros de 45 mas pequeños pero tocados a mas revoluciones, eran los tiempos en donde el micrófono tenía la forma de zapatito, y solía ser escuchado a muchos metros de distancia.
La pareja era a tono con el tamaño del escuincle, y no había mucha complicación en eso de formarlas, era decisión del maestro, y rogabas como niño fuese a tocarte la niña enojona esa cuya perfección al bailar la buscaba desde el primero acorde musical y los jalones eran tremendos para poder lograr llevar el ritmo.
}Y entonces los ensayos se repetían una y otra vez, era cuestión de no dejarse de los demás grados, todos a bailar bonito, y ni hablar del compañerito cuya memoria era fotográfica, pues a él tocaba fletarse la poesía del Brindis del Bohemio, escenificada igual en ocasiones por el resto de la palomilla, cuya cara era pintada con sendos bigotes producto del delineador de la maestra de tercero, o bien con el consabido sacar de la tinta negra de la pluma lo cual era tarea titánica sacar del rostro, luego de actuar.
Y ya desde entonces al menor se le inculcaba el respeto, cariño y manifestación de amor en toda la extensión para la autora de sus días, aun y cuando a varios de esos niños por las causas normales de la vida, ya se les había adelantado la mamá, entonces la solidaridad se dejaba sentir entre todos, para dejarle en claro su amistad por encima de ese dolor que seguramente sentía por tal día y tal ausencia.
Los festivales duraban horas , y no era permitido faltar, aún cuando en la casa hubiese reunión lo primero era ver y escuchar en su caso al niño en el festival, en donde igualmente las señoras aprovechaban ahí de paso para preguntar por el comportamiento del hijo y entonces todo tomaba sentido de respeto, por la total coordinación de la mamá quien aceptaba y de buena manera los tratos de corrección hacia su hijo, estos con vara de membrillo o tabla cuadrada tan común en los salones de antes, y si el chiquillo portase mal, en casa una segunda dósis de buenos cintarazos era recetado como parte del tratamiento psicológico para enseñarle a respetar, y las cosas funcionaban.
Entonces venía también lo referente a esos detalles de manualidades en las niñas servilletas bordadas trabajosamente, pero con el aro de madera hechas por ellas mismas, en los niños el repitar algún cuadro, o figura de yeso, pero todo con especial afecto a la autora de nuestros, días, ya luego venía la soberbia actuación entre la raspa, la cápsula, y el infaltable jarabe tapatío, en un diez de mayo cuya solemnidad era solo comparable con la fiesta de fin de curso, escolar, decretada en Junio 30 antes de dar un enorme grito por que las vacaciones habían llegado, eran los tiempos de la escuela tradicional mexicana…