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LAS POSADAS DEL PADRE PANCHITO EN EL TEMPLO DE LA LUZ.

La posada anual de la abuela se cumplía de manera religiosa el 21 de diciembre de cada año, ahí se organizaba el reparto de molotes para los niños por cierto muchos que seguían año con año al padre Panchito al señor Cura Francisco Jiménez quien se las había ingeniado para llevar calle por calle al rededor del templo ahora parroquia a los peregrinos cargados en ese entonces por señor pero seguido entonces por decenas y decenas de chiquillos deseosos de canjear ya su rezo del rosario por el molote en bolsa la mayoría de las veces todavía en las de papel era la década de los setenta los ochenta se dejaban ver pero así se entregaban todavía a muchos de los que cumplían con llegar a tiempo al rosario y tener su boleto para entregarlo cuando le tocara en su lugar.
Y entonces las calles se convertían en una algarabía en fiesta decembrina, las clases como era de costumbre el día 15 de diciembre habían quedado atrás previo quebrarse en el salón de clase uno o dos platos de esos de barro llevados ex profeso para el tradicional pozole a los niños, su piñata, su molote y listo vacaciones.
Pero la mejor parte venía porque cuando tienes entre 6 y diez años puedes tener uno y mil problemas por ejemplo como hacer para llegar a dos posadas que son a la misma hora pero están lejos una de la otra, por ejemplo igual entrarle a la piñata de los grandes en donde al golpe seco sobre el cántaro todavía utilizado para estos festejos un mundo de manos, pies y gritos era el centro de reunión para tomar por asalto dulces y gomitas o bien regalos sorpresa que ponían en ocasiones los anfitriones, definitivamente muchos problemas para tan corta edad.
Pero el plan B era sin duda acudir temprano al Templo de La Luz, cruzar la entonces llamada carretera era cuestión de pasarla junto a un adulto, y listo estabas del otro lado cercano al templo y con la mínima atención a lo demás, cinco misterios, 30 minutos, 300 niños, tres peregrinos, 8 de la noche y luego a sentarse ahí en la banqueta.
La posada de la abuela llegaba acompañada de esos niños, pero igual de la buena vecindad de todos en esa calle en la Niños Héroes, doña Socorro Zavala mandada dulces, igual lo hacía doña Chencha y Don Pedro y la Prieta y Güera Barrientos quienes igual organizaban posadas pero algo mandaba con doña Toña Pedroza ahí donde los peregrinos pernoctaban por una noche siempre la del 21 de Diciembre la noche más larga del año.
Y entonces los nietos disfrutaban por igual de los ya muy bien preparados tamalitos de regular tamaño de esos que dos eran más que suficiente para saciar el gusto de estar en diciembre en cercanías de la navidad.
El padre Panchito propiamente entrega al igual que muchos otros señores los molotes a los niños, despedía igual a las señoras de los cánticos y luego a cenar y departir con esa familia para agradecer un año más, un día más de posada y una tradición viva de recorrer las calles del barrio, de ese barrio en donde todos conocían a todos, y en donde luego de esa posada era fácil adivinar lo que seguía la llegada de los primos y de los tíos del norte que con regalos anunciaban que la navidad estaba en casa para reunirse otra vez como fue durante muchos años y gozar de la plenitud de esos tiempos en donde las posadas del Padre Panchito marcaban la diferencia en costumbres y tradiciones.
Tener diez años o menos en la década de los 70 fue cosa excepcional, no era el molote, no era la forma de ir cantando los pastores a Belén ni tampoco las piñatas de barro, era la niñez propia de no conocer de problemas, de situaciones de los adultos que se resolvían entre adultos, era propiamente conocer la cara propia de la Navidad en los vecinos, en los amigos, en los familiares sin que faltase uno, era tomar ponche y desvelarse increíblemente hasta la madrugada para al día siguiente conocer de la magia del Niño Dios quien con su bondad había dejado los juguetes en esos roídos zapatos cuyas muchas calles y juegos de fútbol desarrollados casi a diario contrastaban con la elegante envoltura de esos juguetes sencillos faltos de la tecnología actual pero llenos de la imaginación lograda a base de la muy buena vecindad de ese entonces, de esos gloriosos 70 que han pasado a ser parte del baúl de los recuerdos de todos cuantos se forjaron en un siglo atrás y hoy con dificultad se adaptan a la vertiginosidad de los tiempos que muchos dicen no son igual esos tiempos pasados.

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