Una y mil veces la llegada del temporal para los laguenses del campo eran cosa precisa, el primero de ellos por tradición, por devoción, por coincidencia llegaba en Mayo, con el festejo del San Isidro Labrador, era cosa de ir bendiciendo la semilla, llevar igual a rociar con agua bendita los instrumentos de labranza y luego la labor comenzaba así con ese ritual muy exacto.
La condición de los hombres del campo abarcaba su buena chamarra contra el frío, contra el calor, contra la lluvia, contra todo, su bolsa de ese plástico resistente en donde la mujer le había acumulado con especial amor, el lonche de las tres comidas, así como su agua en esos botes de lámina bien resistentes y entonces a lo una labor esa era la palabra labor de labranza, de ahí el vocablo.
Entonces, la faena no paraba, y no paraba porque conforme se terminaba de labor primaria de preparar la tierra, luego habría de sembrar, deshierbar, abonar, y mantener libre de plagas las milpas en todo momento la exactitud como ya referíamos de la lluvia era perfecta casi en todo.
Las fuertes tormentas alcanzaban para tener un río Lagos rebosante de ese vital elemento, en donde la vieja canoa volvía por sus fueros para poder tener el trabajo de ese viejo conocido cuyo trabajo no era otro sino aquel de pasar de un lado a otro a los sufridos laguenses quienes no querían pasar por arriba del tradicional puente de Lagos, o bien por debajo pero las crecientes no lo permitían, era cuando comenzaba a ponerse de moda el mote de la Otra Banda, porque los de aquel lado así le decían al de la canoa pásame a la otra Banda.
Y las tormentas se presentaban con duración seria, hasta tener luego de su presencia grandes arroyos en las entonces calles empedradas, cierto, pero muy bien barridas y muy bien cuidadas por los hombres y mujeres de esos barrios en donde lo primero era la limpieza.
Ante esto, los muchos chiquillos con los pantalos arriba de la rodilla o bien con los muy conocidos pantalones cortos eran parte de la indumentaria con la cual saltaban hacia la calle los ahora señores de Lagos, para hacer sus presitas al calor de la sincera amistad y buen vecindario y la sigilosa mirada de los adultos que igual salían silla en mano a disfrutar de la tarde-noche fresca, única, palpable como parte del temporal reflejando entonces las caricias del Otoño, tan único, tan especial, tan nostálgico, pues es justo la temporada en donde no hace ni frío ni calor y el medio ambiente se disfruta especial.
Eran las tardes lluviosas parte de esa prohibición para salir, porque al igual que ahora a esos niños les gustaba jugar luego de la lluvia pero no mojarse mucho.
Y vino lo referente a las inundaciones en diferentes puntos de Lagos, las fuertes lluvias alcanzaban para hacer ya de las suyas, tal como ahora se refleja en diferentes puntos de la ciudad, no se escapaba muchos de estar en medio de esa vorágine de de cosas sucedidas al amparo de esas tormentas tan especiales.
Pero luego venía lo mejor la entonces única y estóica presa del 40 mostraba su señorío para propios y extraños y entonces los días de campos tan socorridos eran interminables, sobre todo los domingos en donde miles se reunían su entorno, y la simple comida dominical al respiro del todavía más puro aire laguense del campo era para dejar satisfecho a cualquiera, más si se había tenido la precaución de pasar cerca de un sembradío y agenciarse ya sabrá usted algunos elotes cuyo destino final con limón y chile molido rojo degustaban ya entre lo gris de la tarde y lo tímido de la noche, la magia terminaba cuando los jefes de la casa ordenaban el retiro a casa, porque al día siguiente habría de comenzar la semana para trabajar, los hombres del campo a seguir cuidando su cosecha y los niños a la escuela, la lluvia siempre tuvo ese toque mágico para todos cuantos llegamos al mundo a mitad del siglo pasado o bien una década después, porque todavía Lagos se regía por las costumbres y tradiciones, algo muy diferente a lo de hoy…
LOS AGUACEROS DEL TEMPORAL EN LAGOS DE AYER…
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