Casi ningún padre está dispuesto a admitir que no ama a su hijo. Sin embargo, esto sucede con más frecuencia de lo que debiera. Basta con ver a un niño que no es amado y enseguida se detectan esas huellas indelebles de la falta de afecto. La diferencia que hay entre un pequeño que es aceptado y querido con uno que no lo es resulta abismal.
Las razones para esa falta de amor son muchas. Una de la más importantes sería que la decisión de tener descendencia no obedeció a un deseo consciente y suficientemente razonado. No había un lugar en el corazón para ese niño y por lo tanto fue imposible construirlo.
Cuando un niño es fruto del desafecto desarrolla conductas y expresiones que manifiestan su desconcierto y su malestar. Él mismo no entiende qué le sucede, especialmente si es muy pequeño. Un niño que no es amado percibe el mundo como un lugar amenazante, se siente solo y haría cualquier cosa porque todo cambiara.
La situación se complica cuando los padres se resisten a admitir conscientemente que sí, que sienten rechazo por el niño. En esos casos, diseñan toda una serie de racionalizaciones para justificar el desafecto o el maltrato. Básicamente, dicen que cada agresión, o cada indiferencia, surgen por el bien del chico. Por eso el niño termina confundido y creyendo que es él quien actúa constantemente de forma reprobable.
El niño que no es amado y la culpa
Está la madre que le dice al niño que la exaspera. O que es “insoportable”. Evidentemente muchas de las madres que dicen esto realmente están fuera de sus casillas; sin embargo, es igualmente cierto que muchas de ellas ya estaban con un nivel de estrés muy alto antes de comenzar a interaccionar con el niño.
Algo similar ocurre cuando al pequeño se le hacen exigencias a las que no puede responder, ya sea porque son muchas, mal enunciadas o demanden más habilidades de las que corresponden a su grado de desarrollo. Puede ser que se esté constantemente quieto, que preste atención durante un periodo largo o que ponga la mesa con la habilidad de un adulto. En estos casos son los propios padres, con su falta de visión, los que generan su propia frustración, y lo que es peor, los que hacen que niño se sienta frustrado e incompetente.
Un niño que no es amado percibe que casi todo lo que hace molesta a sus padres. Y que nada de lo que haga es suficiente para que, por fin, ellos lo acepten. Como no tiene la posibilidad de evaluar objetivamente esta situación, lo que desarrolla son fuertes sentimientos de culpa por todo esto. Creará una autopercepción negativa y desarrollará una indefensión aprendida: tiene la sensación de que haga lo que haga el resultado siempre es el mismo, y por lo tanto, incontrolable.
Las huellas de la falta de afecto
Cuando un niño no es amado, su corazón se rompe. Como no logra darle forma ni sentido al sufrimiento que experimenta, lo manifiesta de manera indirecta. Desarrolla comportamientos o ideas cuya función es dejar salir la angustia y el dolor que habita en su interior.
Algunas de las conductas que revelan la carencia de afecto en un niño son las siguientes:
Desarrolla miedos y fobias. A la oscuridad, a algunos objetos o animales, a ciertas situaciones. Son incontrolables para el pequeño.
Se vuelve muy impulsivo. No logra contener la ira, o el llanto, o la risa, o cualquier emoción. Sus expresiones emocionales siempre tienen un tono exagerado.
Es inestable. Hoy quieren una cosa y mañana otra. También cambian de conducta de un momento a otro. Algo típico en los niños, pero en los que perciben que no son queridos este rasgo se pronuncia más.
Desarrolla comportamientos ansiosos, como no poder quedarse quieto o estar curioseando todo el tiempo, o cualquier otro tipo de conductas repetitivas
Le cuesta concentrarse, fijar la atención y suele tener problemas académicos.
Se invisibiliza o lo intenta. Está ahí, pero es como si no estuviera. Trata de esconderse, de parapetarse, de “no existir”.
Tiene pocas habilidades sociales. Se siente incómodo o es muy transgresor cuando está con otros niños o adultos.
Un niño que no es amado, sin afecto, se vuelve muy desconfiado. Muestra muchas señales de confusión y de inquietud. A veces son muy necios y otras, extremadamente acartonados y formales para su edad. En general, se les ve tristes, serviles y ansiosos por el refuerzo.
El ser humano necesita de caricias, abrazos y palabras cariñosas durante toda su vida. Especialmente en los primeros años, esas muestras de afecto son el alimento emocional necesario para poder crecer: son una necesidad básica, como comer o dormir. Ningún padre es perfecto, pero una vez se tiene un hijo, sí o sí, hay que trabajar para que se sienta querido y acogido en la familia que va a crecer.