En la calle Luis Moya # 297 entre las calles Miguel Leandro Guerra y Juárez en frente de la escuela Mariano Azuela, existe en la parte superior del pórtico de esa casa un nicho cubierto con acrílico en donde se encuentra una crucita de cantera rosada, custodiada a sus lados por una rosa blanca y rosa y al frente de su base una imagen de la Virgen María.
Su historia se remonta a muchos años atrás, en donde nuestro personaje al que llamaremos «José», vivía en la ciudad de Aguascalientes, ciudad en donde cursaba sus estudios básicos, y en la escuela donde estudiaba se encontraba en las orillas de la ciudad, rumbo a la salida de la ciudad de San Luis Potosí.
José era una persona soñadora, romántica a morir, de esos que dice la canción «ya no existen», más si se toma en cuenta que en ese tiempo era un adolescente. Era un día de otoño, nublado con lluvia tenue de esos que para un romántico como nuestro personaje se antoja para soñar y crear en la mente un idilio con la princesita de sus sueños en el cielo azul para fugarse aunque sea momentáneamente de la realidad cruel.
Pero volvamos a la historia, José realizaba sus estudios en el día, pero ese día a causa de un examen que tenía al día siguiente, acudió a la biblioteca por la tarde. A la salida, una vez concluidos sus estudios para el examen, a eso de las 18:00 hrs., mientras esperaba la ruta de transporte que lo trasladará al centro de la ciudad, en donde se encontraba el departamento en donde vivía. Al voltear hacia la avenida de repente vio una muchachita que aparentaba unos 17 años, de pelo lacio, largo y dorado que parecía un volcán en erupción y que en lugar de lava, lanzaba estelas de oro, sintió como si el tiempo se parara y el alma del mundo surgiese con toda fuerza ante el. Y cuando ella lo vio con sus ojos color miel, sus labios indecisos entre una sonrisa y el silencio, entendió la parte más importante y sabia del lenguaje el que todo los corazones de los enamorados entendían y este era el amor. El amor que es más antiguo que la existencia misma, pues el fue el que creó a la vida misma y que surge siempre con una fuerza incontenible cuando dos pares de ojos se cruzan.
Finalmente cuando sus labios le ofrecieron una sonrisa, se dijo a sí mismo ¡esta es la señal! La señal que había esperado toda su vida, que había buscado en el silencio de la noche, en su peregrinar durante dos mil años ¡Ha! Porque José creía en esa filosofía oriental de la existencia del amor platónico, la existencia de «la media naranja o alma gemela», que por varias vidas se persigue y solamente se conoce a través de la ventana del alma que son los ojos, ya que solamente así se conocerá el alma misma, por tener otra envoltura (por decir así a la apariencia actual).
Por todo esto José entendió, con certeza su presentimiento que estaba ante la mujer de su vida, sin necesidad de palabras, y estaba seguro que ella también lo sabía, y que ello confirmaba su creencia que en el mundo siempre hay una persona que espera a otra, ya sea en estadio lleno, en este mundo, en otro mundo, y cuando sus ojos se cruzan, el pasado y el futuro pierden su importancia, y solo existe ese momento y la certeza de que todas las cosas debajo del sol, fueron hechas por la misma mano, la mano que despierta el amor, y que hizo un alma gemela para cada enamorado.
José trató de sobreponerse a tan fuerte impresión y no queriendo, por considerar que se trasladaba de lo mitológico, lo mágico, la ficción a la realidad.
Queriendo dominar su timidez, trato de entablar conversación con la niña de sus ojos color miel, preguntarle las clásicas preguntas ¿Cómo te llamas?, ¿Estudias?, ¿Trabajas?, ¿Te puedo acompañar? etc., pero José no pudo ni hablar, no pudo pronunciar ni una sola palabra con el impacto de ver a alguien ta bella para el y lo que parecía un final feliz, se trunco con la llegada de una ruta foranea que al parecer esperaba la niña de «ojos de color miel» quien se espidió con una sonrisa que volvió a trasladar a sus románticos sueños a José al recordar una metáfora del poeta de amor Pablo Neruda que dice «cuando sonríes, tu boca evoca el vuelo que emprende una mariposa al extender sus alas».
Esa noche José no pudo conciliar el sueño, tenía un insomnio agradable, un sueño despierto, podía contar palpitaciones del corazón, de su corazón desbocado, los lapsos de tiempo del tañer de las campanadas de la catedral, que repetía en forma contínua, pero, se dijo a sí mismo, mañana si le voy a preguntar su nombre, donde vive y si la puedo acompañar. Se le hizo eterno el amanecer, fue el más largo de su vida, y esto quien ha estado enamorado me entiende. Situación que se extendió en el día en una clase que debería ser normal, sin motivo aparente espero al terminar su horario de clases, en la biblioteca a que dieran las 18:00 rs., para esperar en la glorieta a su «niña de ojos color miel».
Al llegar la hora ansiada, su corazón empezó a latir con fuerza tal, que parecía que le iba a dar un ataque de cardiaco, contrapunteandose en forma explosiva a ver un minuto, después de la hora indicada apareció su niña, quien al cruzar su mirada, sintió que un color dorado matizaba su existencia, en ese momento se podría decir que estaba muerto (al no sentir las exigencias de sus instintos, pues se le había olvidado que no había ingerido alimento en todo el día) y resucitando a la nueva vida, a la del amor, esa que nos ayuda a soportar las fuertes crueles cargas de la vida. Pero ¡Ho! Desilución, su cruel miedo, su timidez, volvió a ganar la batalla y no pudo entablar la añorada conversación, fue tanta su frustración que sintió desmayarse, que no cayó de bruces al detenerse en una crucita de cantera rosada, que al parecer años atrás había dejado unos peregrinos de una romería, como punto de reunión y partida y que también fue punto de eje durante tres meses, diariamente a la misma hora, mismo sitio. Tenía lugar el encuentro entre dos dimensiones, el de los sueños, los ideales (que por su misma perfección son inalcanzables) y el de la limitación la timidez de José que lo situaba en la realidad, y que al parecer era el verdadero creador de ese sueño.
Como término fatal, al día siguiente, de haberse cumplido los tres meses, JOsé se presentó a la hora acostumbrada, en el lugar de encuentro con su niña de ojos de miel, mientras meditaba sobre el amor, ese sentimiento humano y el verdadero amor que va más allá de la realidad y que el humano no entiende por ser divino, se recargó en la crucita de los peregrinos mientras sintió pasar el tiempo, con infinita tristeza al ver que no llegaba «su niña de ojos color miel» y porque sabía que esta le va acompañar toda su vida.
Durante el resto de tres años, que por razones de estudio José vivió en Aguascalientes, nunca dejó de asistir diariamente, a la misma hora, en el mismo lugar, y mientras se recargaba en su única acompañante la crucita de mármol, mientras se preguntaba ¿Diosito, que habrá pasado con mi niña, se habrá casado, o se encuentra contigo, si es así llévame, por favor con ella?, mientras derramaba amargas lágrimas. Una vez concluidos sus estudios, José se vino a radicar a su tierra natal, en donde cuentan que durante veinte años, siguió viajando a la ciudad de Aguascalientes, para visitar el mismo lugar a la misma hora con la esperanza de encontrarse con su niña de «ojos color de miel».
En uno de sus constantes viajes y por su firme creencia de la existencia del alma gemela, decidió robarse la crucita rosada de cantera para no volver a pasar por un agradable sueño, y por otro cruel y real al que nos conduce el destino. Por lo que decidió colocar la crucita en un nicho para que si en esta vida o en otra, la veía a través de sus hermosos ojos del alma, sabría que ahí estaba él, que se volverían a cruzar sus miradas, y que esta vez el encuentro sería para siempre.
Porque esta vez él ya sabía que al cruzar la mirada con sus ojos color de miel, atraparía para siempre ese momento en que su existencia fue matizada de un color dorado.
HISTORIA DE LA CRUCITA DEL AMOR
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