Tiempo inmemorable de recuerdos muy llenos de sabores guardados muy celosamente en la memoria de quienes ya cruzaron el umbral de los sesenta, es aquello dejado para la herencia del buen sabor en donde muchos de estos ahora nobles ancianos disfrutaron cuando niños de todo lo referente a la cuaresma con la entonces comida llamada de las Siete Cazuelas.
Era casi obligación de todo hogar enumerado cristiano respetar de forma rigurosa los días viernes como parte de la vigilia y ayuno, no únicamente el miércoles de ceniza, las personas estaban acostumbradas a estar en ayuno durante buena parte del día y cuentan los más sabios como cada hora era de rezos denominados de acuerdo al pasar del reloj, desde luego algunos desde la prima hasta el angelus, y así de acuerdo a la tradición católica oficiada por los rezos de San Benito.
Las horas pasaban con rigursa exactitud entre quienes rezo tras rezo recordaban algunos de los pasajes bíbllicos cuyo significado aplicado a la vida diaria dejaba entonces tiempo para la meditación.
Sin embargo muchos de los ahora hombres de la tercera de edad de dicha época en Lagos de Moreno señalaron tener más presente lo referente a las comidas, a los alimentos y no tanto a los rezos aunque como todo buen chamaco educado en esa década de los años 60 tenía por obligación o por temor a la vara de membrillo el debe de obedecer bien a sus padres y en general a los mayores nada nuevo en esos tiempos resguardándole bajo el nombre de respeto a sus mayores.
Pero claro a cambio de todo eso según lo narran había otras delicias en las cuales se ponía siempre de manifiesto la competencia no escrita de ser mujer de verdad, de las de entonces capaces de criar una docena de hijos, mantenerlos, enseñar las labores del hogar y todavía resguardarse 40 días de cada post parto, o cuarentena de nuevo hijo pero al igual capaces también de cocinar en un solo día siete ricos platillos de cuaresma.
Y en ese tiempo la comida era sazonada con especial atención y debería llevar la pulcritud de las más viejas dicho con todo respeto, es decir esas mujeres abuelas cuya labor muchas de las veces consistía en probar cada platillo y emitir el juicio sobre lo faltante para tener el sabor adecuado.
Esas muy sabias mujeres no perdonaban una, se tenía por fuerza la orden cumplida una vez emitida, y la lubre en el fogón ardía y ardía conforme iban pasando las entonces muy grandes cazuelas de barro, en cuyo interior saltaban los guisos de sopa de aba, sopa de lenteja, cruzando el listado los infaltables nopalitos recién cortados, con el sabor a caldillo rojo dado desde entonces con esa masa especial en color rojo, adornados siempre con las ya obligatorias tortas de camarón.
Los garbanzos y el arroz se cocinaban para ser acompañados por grandes chiles rellenos, con su gran trozo de quedo dentro, pero lo mejor venir, una muy recién bañada torreja hecha a base de rebanada de bolillo artesanal con forrada en huevo y cubierta ya fuera con miel de maguey o miel de colmena anunciaba la llegada del platillo esperado, la gran capirotada, hecho en ese entonces solamente de bolillo, cubierto con todos esos ingredientes de siempre y con un sabor a fogón cuya delicia era insuperable antes y ahora, así cada viernes hasta completar los 40 días de la cuaresma en donde no pocas eran las veces en que el listado de comidas aumentaba por lo del pescado frito, los garbanzos, y hierbas verdes todo esto acompañado del agua de verduras teñida con el fuerte rojo del betabel y con la lechuga igual recién cortada, eran las delicias de la cuaresma, eran los buenos tiempos de la cocina mexicana tan añorada hoy y pocas veces superada por el manjar que representaba comerla y luego a la sombra de un árbol cuya existencia era obligatoria casi en todas las casas de los bien nacidos laguenses dormir para esperar luego lo que entonces llamaban la parvedad, es decir comer un poco si aún había apetito por la noche, eran los 60´s era la forma de comer las tradicionales Siete Cazuelas…