Tenía los pechos grandes y flácidos. Cosa natural en mujer prospera y fértil que ha parido trescientos hijos. Sobre sus partes pudendas la adornaba una falda de serpientes. De ahí su nombre: Coatlicue. La que lleva una falda de serpientes. A guisa de tributo lucía un collar con los corazones que sus hijos guerreros, los trescientos sureanos. Le habían ofrendado luego de arrancarlos a sus enemigos.
Coatlicue vivía en lo alto del Coatepec donde un dia, luego de los afanes domésticos, sentada en reposo, vio caer sobre su vientre una esfera de plumas azules que venía del cielo. Quedó embarazada en aquel momento.
Sus hijos, los trescientos sureanos y Coyolxauhqui su única hija. Se sintieron agraviados al saber a su madre encinta de otro que no era el padre de ellos. La muerte sería la forma de limpiar la mancha de la deshonra y fue así que planearon matarla.
Ya de frente y determinados a complir lo planeado, del vientre de Coatlicue nació el hijo esperado: Huitzilopochtli. Que con armadura calada y una serpiente de fuego defendió a su madre ultimando a sus agresores. Muertos los trescientos hermanos, sus cuerpos fueron arrojados al destierro celeste, desde donde regirian las planicies del sur. Del cuerpo desmembrado de Coyolxauhqui, Huitzilopochtli tomo la cabeza para lanzarla por encima del Coatepec, dónde sigue hasta el día de hoy haciéndole compañía a sus trescientos hermanos regidores del sur. Cuando la tierra es cubierta por el manto oscuro de la noche se puede alzar la vista al cielo para verlos en la paciente espera del nacimiento del sol: Huitzilopochtli. Con lo que habrán de irse desterrados nuevamente.
El otro señor Aguirre.